Capítulo V
En pocos minutos comenzó a relampaguear y luego a tronar de forma sobrecogedora en medio de aquella soledad. Inmediatamente, como si el cielo se desplomase sobre la tierra estalló una tormenta en toda regla. Las aguas torrenciales comenzaron a caer sobre la quebrada y los pobres buscadores de oro como una maldición.
Al principio Éder y Víctor trataron de salir por arriba buscando el abra de la montaña, pero las tierras removidas les hacían muy dificil la marcha, más aun con la lluvia, que las convertía en barro de forma que se hundían hasta los tobillos. Por eso dieron media vuelta y decidieron bajar por el mismo camino que habían traído, porque las aguas de la quebrada empezaban a subir y resultaba peligroso quedarse allí. Con trabajo, como en una carrera contra la tempestad, fueron bajando todo lo rápido que les era posible hasta que se dieron cuenta de que la cosa empezaba a ponerse muy difícil. Era como si estuvieran atrapados entre la montaña, escarpada, inaccesible, y el agua, que se precipitaba tumultuosa por el fondo de la quebrada. Éder más acostumbrado a aquellas situaciones le gritó a Víctor que era necesario tratar de subir por las laderas a toda costa y todo lo arriba que les fuera posible, y agarrarse a los árboles hasta que aquello pasara, pero Victor estaba aterrorizado y quería ganar cuanto antes la zona más abierta. Así que no hizo caso y siguió bajando sin querer oir a su amigo. De pronto en un tramo del río en el que el cauce se cerraba entre paredes verticales fue arrebatado por la aguas espumantes y despareció aguas abajo sin poder agarrarse a nada. Éder siguió gritando durante un buen rato llamando a su amigo en medio del fragor de la tormenta. Subido a una peña y bien agarrado a un arbolillo solo a unos metros sobre las aguas aguantó firmemente durante varias horas esperando a que aquello pasase, cerrada ya la noche, muerto de frío, empapado hasta los huesos y traspasado de preocupación y dolor por la desaparición de su amigo. Cuando empezó a amanecer inició lenta y cuidadosamente el descenso. Había dejado de llover y las aguas volvían a su cauce. Inutilmente buscó algún rastro de su amigo. Nada. Llegó a su chacra, se cambió de ropa y se tendió en el suelo sobre una esterilla. Se sentía mal y empezaba a sentir fiebre. Cuando volvió al pueblo, enfermo y agotado, anunció la desaparición de su amigo, pero no dijo una palabra del oro descubierto. Inmediatamente se inició la búsqueda del desaparecido, pero todos los intentos de encontrarlo vivo o muerto fracasaron.
Pasaron los días y los años. Víctor nunca más volvió, ni se encontraron sus restos. Se supuso que las aguas lo habrían arrastrado hasta el gran río y probablemente habría sido devorado por las pirañas. De todos modos, después de algún tiempo alguien aseguraba haberlo visto en una ciudad de la costa caminando con una mujer alta y bien parecida y que, al intentar saludarle, él miró para otra parte y siguió su camino. Quizás era alguien que se le parecía.
Éder se volvió huidizo y extraño, apenas salía de su chacra, y se dedicaba al trabajo de una forma compulsiva. Aumentó su hacienda y con el tiempo se hizo una persona importante.
De aquel manadero de oro nunca más se supo. Seguramente las aguas de la quebrada fueron repartiendo aquel tesoro por el curso del riachuelo hasta llevarlo al gran río y desparecer en la inmensidad de la naturaleza salvaje.
Cuando comenzó a circular esta historia ya habían pasado muchos años y Éder se había marchado del pueblo y vendido su chacra. Algunos empezaron a buscar el oro que se suponía tendría que seguir estando allí, pero solo se encontró muy poca cosa. ¿Acaso sería todo una fantasía?