La amistad nos engrandece dicen por ahí, y aunque no soy muy prolífico en esto de la amistad, me vanaglorio de tener un amiga en la que confío y con la que siento gran empatía. Le cuento mis rollos, me quiere tal como soy y yo la quiero a ella, toda su persona, con sus secretos.
Nos vemos poco, nuestras respectivas circunstancias nos obligan a ello, ella está casada y yo también. Eso no importa, ella tiene su vida, yo estoy construyendo la mía. Mantenemos contacto frecuente en el trabajo y de forma intermitente por teléfono y a través de la Web. Es muy tierna nuestra amistad. Me gusta mirarla al descuido… sus curvas, su trasero, su entrepierna, su cuello, su cabello, sus dientes. También nos miramos de frente, ¡cuán sanadora es esa confianza! No hay ilusiones recónditas, aspiraciones sentimentales que nublen nuestra relación, plena de sentido. No, no hay turbulencias que puedan enturbiar esta amistad en la que derrochamos ternura y confianza, hasta más allá de las estrellas.
Nos vemos poco, nuestras respectivas circunstancias nos obligan a ello, ella está casada y yo también. Eso no importa, ella tiene su vida, yo estoy construyendo la mía. Mantenemos contacto frecuente en el trabajo y de forma intermitente por teléfono y a través de la Web. Es muy tierna nuestra amistad. Me gusta mirarla al descuido… sus curvas, su trasero, su entrepierna, su cuello, su cabello, sus dientes. También nos miramos de frente, ¡cuán sanadora es esa confianza! No hay ilusiones recónditas, aspiraciones sentimentales que nublen nuestra relación, plena de sentido. No, no hay turbulencias que puedan enturbiar esta amistad en la que derrochamos ternura y confianza, hasta más allá de las estrellas.
Estar juntos no ha sido fácil últimamente. Muchas personas presentan resistencia a vernos juntos, eso que no saben a ciencia cierta lo que nos une. No nos da la gana de renunciar a la expresión sensual de nuestro afecto. Cuando nos vemos, lo convertimos en una fiesta de aromas y sabores, en una verbena de confidencias, sonrisas, besos y abrazos. No nos alcanzan las manos para acariciarnos el pelo, los hombros, las mejillas. Nos besamos en la boca, nos quitamos la palabra de la boca ¿cómo podría negarle mis labios?, ¿cómo podría reprimir la alegría que me supone abrir su blusa, bajar su pantalón y arroparme en sus caderas? Su boca me cobija y me sumerge en un mundo de maternal protección ¿a cuenta de qué habría de negarme ella la suavidad de sus senos? ¿podría yo negarme a acurrucarme entre ellos ? que goce, que le alimente mi calor ¡que jueguen sus manos! ¡que retoce sus mejillas en las mías! qué disfrute como un niña, ella, que aún no se reconoce mujer.
Cuando nos encontramos en el bosque se excita, yo también me excito. Los dos somos bastante apasionados y es una reacción lógica al hecho de estar tan a gusto. A veces su indecisión me resulta inoportuna ¿qué mal puede haber en que desabroche su pantalón y acaricie su sexo? ¡su preciosa entrepierna! Es suya y me agrada acariciarla, ¿debería sentirme culpable por lamer con todo mi cariño sus labios y clítoris? ¿por qué habríamos de rechazar el placer físico? ¿acaso es más turbio que el espiritual? ¿quién dicta que no podemos celebrar nuestra unión libre con el orgasmo? ¿por qué negarnos ese brindis?
Nota: Ha pasado mucho tiempo desde que escribí esta entrada. Recién me animo a publicarla. Desde que la escribí hasta ahora su publicación mucho ha pasado entre nosotros. Algunas de las cosas que describí se han perdido, ahora me resulta difícil llamarle amiga. Pero algo importante hemos ganado entre tanta pérdida… seguridad en lo que sentimos y esperamos el uno del otro. Luego de dos años de estar juntos, me siento con la motivación de recibir a mi antigua amiga con mi mejor sonrisa. Ahora nos toca escribir a nosotros la letra pequeña de nuestra relación, y es algo que sólo a nosotros compete, a nosotros dos.