K acoge y acaricia maternalmente los cabellos de David. Está meditabunda. Desde que la pretende, ya no sabe ni qué quiere ni a quién quiere. O mejor dicho, quiere a los dos, a los tres… quién sabe…
N es un amor ¡mirenlo nomás! Ahí succionando, con los ojos cerrados, tierno, cariñoso, afanado y concentrado. David es otro cuento, un mestizo con tendencia a mulato que consigue, tan sólo con su mirada color claro, combustionarle las entrañas.
– ¡Ah!, ¿por qué he de elegir? -reflexiona K- ¿Por qué no quedarme con los dos o los tres?
Sus insensatos pensamientos se vuelven ahora libertinos. Le ciega la concupiscencia que supone dar de mamar a un hombre adulto. Avariciosa, siente la ausencia de otros labios que lamieran ese otro seno que, solitario, espera turno para ser erizado con saliva.